Pasé la mayor parte de mi infancia en una casa del montón, en uno de los suburbios de clase media más insípidos y ordinarios de todo San Juan de Puerto Rico. Había puertas que no conducían a ningún lado y ventanas que jamás se abrían. Han transcurrido muchos años desde entonces, y aquí estoy, en una verdadera pista de baile, aprendiendo a soltarme, dejándome ir al compás del bandoneón y animando con mis movimientos esas letras que jamás he olvidado.
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